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5 de mayo de 2020

Con la muerte en la Vereda (Relato de Lucía Mercado)



Lucía Mercado nos describe como se vivían las epidemias en su pueblo, Santa Lucía, y en el Tucumán hacia adentro

Con la muerte en la Vereda

Este inesperado y desconocido aislamiento sanitario, la “cuarentena” -#Quedateencasa- nos sumió en un estado físico y mental que nunca hubiéramos imaginado, aunque estemos solos o en familia. Si alguna vez tuvimos aislamientos nunca fue obligatorio, legal, con miedo. Esta situación, que recién empieza, es mejor aceptada  por  personas que están habituadas a trabajar o entretenerse dentro de sus domicilios. A los necesitados del exterior, de la calle, tendrán problemas emocionales por este encierro.
De la última centuria investigamos muchas de las epidemias, varias de ellas endemias, que sufrimos por estos lugares: cólera, lepra, paludismo, sarampión, tifoidea, tifus. La que quedó en la historia argentina: la fiebre amarilla, con mortandad devastadora en todo el mundo. Y enfermedades crónicas, transmisibles, las ETS: gonorrea, sífilis.

A personas de mi generación la cuarentena nos lleva a recordar, comparar, epidemias que hayamos vivido social y familiarmente. A situaciones que pasamos en los años ’40, ’50, cuando crecimos viendo sufrir a muchos enfermos de tuberculosis. En mi pueblo, Santa Lucía, interior de Tucumán, población de un ingenio azucarero aislado; casi nadie tenía radio, la TV no existía, no leían diarios, el doctor Espeja daba consejos y directivas: que había que aislar al enfermo, poco trato, cuidadosa atención. 

En mi hogar mi papá se enfermó de tuberculosis. También dos hermanas mayores, una de ellas fue internada en un hospital de la ciudad. 1952, 1953. Mi mamá dormía en la habitación de nosotros, los hijos. Mi papá acostado en la cama matrimonial, solo, varios días, semanas; yo era muy chica y a la mañana, a medio día, a la noche, mi mamá nos llamaba a una hermana o a mí: “Traé los platos de tu papá”. Entrábamos a la habitación, ni saludábamos a mi papá, tomábamos los platos, los llevábamos a la cocina. Mi mamá ponía la comida, de vuelta a la mesa de luz, los cubiertos, dejábamos la jarra con agua. Mi papá nos corría, “…vayan, vayan, salgan…”. Y era que él, que no podía contener tos y estornudos, escupía en la escupidera, que nosotros la sacábamos a la noche, lavábamos y de vuelta la poníamos al lado de la cama. En esa época no había antibióticos para uso corriente, recién conocíamos la penicilina que no era para la tuberculosis, lo mismo la inyectaban. Lo que hacían era dejar que el organismo del enfermo resista y venza a la enfermedad, digamos que Dios lo ayude. Si eso no pasaba la persona se moría. Vimos morir a muchos vecinos: doña Natalia, doña Enriqueta, el Negro Medina. Doña Tránsito dejó tres hijos pequeños que fueron acogidos por los vecinos. A la menor, la Cristina de ocho meses, mi mamá la trajo a vivir con nosotros. Es mi hermana menor. En 1955 se empezó a usar la estreptomicina que era para curar la tuberculosis. La vacuna apareció años después. La BCG.

Nosotros seguíamos con la vida normal, la escuela, el almacén, la iglesia. Hacíamos grandes fiestas para los casamientos, bailes en el club, en carnaval, había contagio, con facilidad. Así, sin darnos cuenta, apareció la gravísima epidemia de parálisis infantil, llamada la polio, enfermedad contagiosa causada por el poliovirus, que invade el sistema nervioso y la médula espinal, más en niños menores de 10 años. Muchos fallecían por parálisis de músculos respiratorios, los que sobrevivían quedaban con parálisis de miembros inferiores, irreversible en pocas horas. La poliomielitis fue en toda Argentina, en esa década del ´50 en los que nuestros padres conocieron la terrible angustia de poder perder a sus hijos, a nosotros. Empezamos a conocer casos de niños, de amigos, decían: “…parece que Tito, …al Arturo, a la Olga … que le ha dao la polio…”.

Al principio el doctor Espeja los mandaba a la ciudad en la ambulancia del ingenio. Luego a internarlos en el hospital del pueblo, al que trajeron pulmotores, eran tanques cilíndricos de 50, 60 cm de diámetro, y 1,5 o 2 m de largo. Y adentro de ese pulmotor ponían a los chicos con polio. Para que pudieran respirar. Esta tragedia terminó cuando descubrieron la vacuna. La vacuna Salk y la Sabin.

La situación que estamos viviendo es inédita, también sus efectos económicos y sanitarios. Viendo el aterrador cuadro de enfermos y muerto en el mundo, sólo podemos conjeturar evolución y consecuencias por indicios personales. Creo que muchos nos damos cuenta que esto recién comienza. Y también estamos viendo que la naturaleza tiene sus propias formas de comportamiento.

LUCÍA MERCADO
Investigadora, Historiadora, Escritora


Fuente: LaTempranera.com.ar

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